La evolución biológica del ser humano ha sido sustituida por la evolución cultural, donde el comportamiento pasa a cobrar gran protagonismo en el desarrollo futuro de nuestra especie
El día en el que alguno de nuestros antepasados consiguió comunicar no sólo una experiencia concreta y actual, sino el contenido de una experiencia subjetiva, de una figuración personal, nació el nuevo reino de las ideas, haciendo posible el inicio de la evolución cultural. La evolución física de nuestro antepasado prosiguió aún durante mucho tiempo, pero desde ese momento se vio estrechamente asociada a la del lenguaje, sufriendo profundamente su influencia, la cual ha trastornado las condiciones de la selección natural. El ser humano moderno es el producto de esta simbiosis evolutiva, pero dada la naturaleza acelerada de la evolución en general y de la evolución cultural en particular, se hace imposible predecir con precisión las futuras innovaciones evolutivas.
Debido al proceso conjunto de la evolución natural y cultural, el ser humano ha extendido su dominio sobre la faz de la Tierra sucumbiendo cada vez menos a los peligros que le acechan. Sin tener ante él un adversario más serio que el propio ser humano, la lucha intraespecífica directa, la lucha a muerte, se convirtió entonces en uno de los principales factores de selección en la especie humana, siendo este un fenómeno extremadamente raro en la evolución de los animales: actualmente la lucha intraespecífica entre razas o grupos distintos es desconocida en las demás especies animales.
Según algunos autores, las normas de la evolución sociocultural pueden haber sido establecidas principalmente por la evolución biológica del Homo sapiens. Así, en la especie humana más aún que en cualquier otra especie animal, es el comportamiento el que orienta la presión selectiva, y a partir del momento en que el comportamiento dejó de ser principalmente instintivo para hacerse cultural, los mismos rasgos culturales empezaron a ejercer su presión sobre la evolución del genoma.
La creciente rapidez de la evolución cultural ha producido que en el seno de las sociedades modernas la selección natural haya sido suprimida, o al menos ya no tiene nada de «natural» en el sentido darwiniano del término. En nuestras sociedades, y en la medida en que rige todavía una selección, no se favorece la supervivencia del más apto. La inteligencia, la ambición, el coraje, la imaginación, son ciertamente factores de éxito en las sociedades modernas, pero se trata de un éxito personal e individual, no genético, que es el único que cuenta para la evolución. Muy al contrario, las estadísticas revelan una correlación negativa entre el nivel de cultura del matrimonio y el número medio de hijos; estas mismas estadísticas demuestran, por el contrario, que existe para el cociente de inteligencia una fuerte correlación positiva entre esposos.
En la actualidad empezamos a ser conscientes de que nuestro comportamiento puede condicionar e influir sobre el futuro evolutivo de nuestra especie, no ya solo en términos de nuestra relación con la biosfera, sobre la cual es evidente que estamos actuando (impactando de manera negativa), sino que estamos creando una serie de modelos de relaciones intraespecíficas que puede llevar a la segregación de distintos grupos humanos, cada uno de los cuales correrá mejor o peor suerte en función de la selección de caracteres y aptitudes que «escojan» (o se vean obligados a «escoger») para mantener la permanencia específica de sus miembros. ¿Seremos capaces de dirigir hacia un buen destino nuestra propia evolución?