El consejero de Sanidad madrileño, Juan José Güemes, atestiguó ayer en torno a la ley antitabaco que «las prohibiciones no suelen dar buen resultado». A esta declaración, añadió que las prohibiciones suponen «una restricción de la libertad individual.»
No comparto del todo su visión acerca del tema y creo que dicho testimonio va en contra de lo que en su día el gran filósofo de la Ilustración Jacques Rousseau declaró. Rousseau (1712 -1778) , uno de los creadores de las ideas políticas de la Revolución Francesa, declamó que «la libertad de uno termina cuando comienza la libertad del otro». Esto, aplicado a la ley antitabaco, se traduciría a que el mero placer que produce a uno el fumarse un cigarro, no debe suponer molestia alguna al que se encuentra a su lado y ha optado por no fumar. Cuando uno fuma en un recinto no debe hacer fumar pasivamente a niños, ancianos, enfermos y personas a las que no les gusta fumar.
Antes de aplicar la reforma de esta ley en España, deberíamos prestar especial atención a países como Australia donde su ley antitabaco lleva funcionando óptimamente a lo largo de los últimos años. En la mayoría de los pubs australianos, encontramos una zona abierta y cubierta (en caso de lluvia para que no se moje la gente) donde se puede fumar con total libertad sin molestar a los no fumadores que se encuentran en el mismo bar. En este caso, sí que ningún individuo rebasa la barrera de la libertad del otro.