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Invertir la tendencia

colapso_juzgadosUno de los más prestigiosos economistas vascos, mi socio Iñaki Barredo, nadando a contracorriente, nos regalaba unas reflexiones muy interesantes sobre la oportunidad de incrementar el déficit público y favorecer políticas expansivas del gasto público que animaran la demanda y por tanto aceleraran el crecimiento de la economía española y también la europea. Justo lo contrario de lo que proclaman todas las instituciones económicas internacionales (Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional) y también las instituciones políticas europeas (Comisión Europea, los Gobiernos de los Estados centrales de Europa).

Nada más lejos de mi intención que intentar dar la razón a los guardianes del orden económico internacional o quitársela a mi amigo Iñaki. Soy también economista pero de los «malos» con lo cual me limitaré a introducir en el debate algunos elementos más que, estando al alcance de cualquier analista, parecen no tenerse en cuenta suficientemente.

En mi particular opinión, España es un país desestructurado económicamente, con sectores muy débiles y muy volátiles. Este es el drama de España. Quiere compararse y convivir con los países más avanzados del mundo y tiene una de las economías menos dinámicas de los países occidentales. Descontando el crecimiento en los sectores de la burbuja inmobiliaria y financiera, esta ausencia de dinamismo ha sido la tónica general incluso en los años de bonanza y expansión. Se ha intentado trasmitir la idea de que España avanzaba económicamente pero la realidad era bien distinta. Crecía en términos de PIB pero nada más. En los años del boom España engordó pero no generó músculo. Sólo grasa. Con la crisis, España ha perdido su principal canal alimenticio y ahora atraviesa un proceso de anorexia galopante que tiene a medio mundo preocupado y a sus hermanos europeos al borde del ataque de nervios ante tan precaria situación.

Hay entornos empresariales muy potentes en Madrid, en Euskadi, en Catalunya (y, más puntualmente, en otras ciudades) que agrupan a miles de empresas que trabajan en sectores de cierto valor añadido que, al ser competitivas, hacen que el impacto de la crisis, en términos de desempleo, esté siendo bastante menor que en otros lugares. El resto del territorio es prácticamente un páramo industrial (con algunos oasis en forma de parques tecnológicos o parques empresariales de diseño salteados aquí y allá) y sus economías locales se basan en sectores ligados al ladrillo (hoy en franco retroceso), al turismo (fundamentalmente aún, de «sol y playa») o al entramado para-público (tan costoso de mantener una vez desaparecidas los jugosos fondos estructurales que venían de Bruselas). España ha avanzado en la construcción de carreteras, de líneas de alta velocidad, de parque empresariales, de telecomunciaciones, pero esas actuaciones apenas han repercutido en la generación de tejidos empresariales solventes.

La acción pública durante los años de bonanza económica y de pingües ingresos públicos no se ha orientado a facilitar la aparición de una cultura del emprendizaje diferente a la cultura del oportunismo especulativo o la inversión en negocios convencionales en los sectores que tanto han crecido en estos últimos años. Lo que es más preocupante tampoco se han puesto las bases sólidas para construir una economía de alto valor que completara la empujada por la burbuja inmobiliaria y la obra pública.

– Salvo en los polos mencionados, no hay redes de centros de formación profesional vinculadas al sector empresarial que contribuyan a dotar a las empresas de profesionales y a la sociedad de emprendedores.

– El sistema científico-tecnológico es del todo insuficiente, en la era del conocimiento en que vivimos. Su contribución al desarrollo económico se limita a las soluciones tecnológicas que aportan algunos centros tecnológicos a las empresas de su entorno y a la explotación anecdótica en forma de empresa de algún resultado de investigación. En su conjunto, apenas han traccionado la generación de nuevos sectores de actividad empresarial basados en productos y en negocios nuevos y de mayor valor. Una situación insostenible en los tiempos que corren.

– La universidad, considerada en los países en los que ponemos la mirada, la principal institución de la sociedad, se encuentra, como conjunto, absolutamente menospreciada e infra-dotada de medios, de recursos y de recorrido. Sus resultados en forma de publicaciones o patentes son muy poco significativos.

– Los índices de abandono escolar y de analfabetismo funcional en grandes capas de la sociedad española hace que se ponga en cuestión el sistema educativo sobre el que se construye este país que, repetimos, dice querer estar entre los líderes del mundo a tantos niveles.

Es en todo esto en lo que hay que invertir. La crisis económica en España no es una crisis de demanda. Es una crisis estructural. España no es un país competitivo sencillamente porque tiene un número de empresas competitivas muy pequeño para su tamaño y las bases para generar hoy día sectores de alto valor (la educación, la formación profesional, la universidad, los centros de investigación y de desarrollo tecnológico) son muy endebles y totalmente insuficientes. Cuando la demanda repunte por fin a escala global, es muy probable que a España le cueste beneficiarse de ello porque tendrá muy poquito que ofrecer al mercado mundial. El turismo mejorará, el mercado inmobiliario se animará un poco y las pocas empresas competitivas recuperarán su volumen de negocios. Pero poco más.

El erario público español no sé si puede endeudarse más pero está claro que lo que necesita es invertir de otra manera. De hecho, lo que necesita en primer lugar es, precisamente, invertir la tendencia y «gastar» en futuro. No invertir más en cemento sino en conocimiento. Un futuro que le costará unos cuantos años alcanzar aun cuando se ponga a ello inmediatamente pero sobre el que tiene que poner las bases urgentemente. Y las bases son las que hemos señalado. No otras. Si no se tiene la suficiente valentía para afrontarlas casi es mejor no hacer nada.

Además, en el sistema público español hay aún mucho dinero para orientarlo en estas líneas sin necesidad seguramente de endeudarse mucho más (disminuyendo cuantiosos gastos estériles o reordenando el sistema institucional español). Para invertir sí que hay que endeudarse. Para gastar como hasta ahora, casi mejor no.

(Imagen: Fontana)

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naider
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