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Ética y política de la deslocalización

2995578719_a237f473b5Traemos esta reflexión a raíz de la reciente noticia sobre la deslocalización de la planta que la multinacional Reckitt Benckiser tiene en Gueñes y que ha destapado un importante debate en nuestro país.

Primero de todo, somos de la opinión de que una empresa tiene toda la legitimidad para cerrar a su conveniencia una sede o planta productiva –siempre que cumpla con la legalidad vigente y no se esté lucrando de ayudas públicas (parece que no es así en el caso de Reckit) — y trasladar su producción allí dónde considere pueda ser más competitiva. Las empresas queremos ganar dinero y es lógico que sea así, porque unos de los pilares que sustentan nuestro sistema económico descansa precisamente en este interés empresarial por el beneficio que es el que nos permite crecer y competir. Es el modelo en el que jugamos.

Pero a renglón seguido pensamos que las empresas, como espacios de realización personal y de construcción social, somos una institución importante de nuestra sociedad y que, además de por la legalidad, nuestra actuación en todo momento debe estar necesariamente inspirada en la lealtad y la honestidad con la propia comunidad en la que realizamos nuestra actividad.

Una empresa puede decidir migrar a entornos más competitivos. Al final, la lógica del mercado se impone. Pero no puede hacerlo de cualquier manera y a cualquier precio. Parece bastante razonable exigir, en primer lugar, que una empresa informe, principalmente, a los trabajadores, pero también a sus proveedores, suministradores y al resto de su entorno, sobre sus planes de futuro, especialmente si estos contemplan el trauma del cierre patronal. Debe anticiparlos, además, con tiempo suficiente para que éstos puedan  calibrar cómo les afectan y tengan mínimamente preparados los correspondientes planes de contingencia para lo que, sin duda, va a ser un varapalo importante. Sin conocer los detalles, y por las noticias que nos mandan los medios de comunicación, esto parece que no se ha hecho suficientemente bien en el caso de Reckitt Benckiser y la noticia cae por sorpresa a multitud de agentes implicados en la misma. De ser así, merecería una seria reprobación social que subscribiríamos.

Como sociedad avanzada y seria que somos, tenemos que dotarnos de las capacidades suficientes para obligar a cualquier empresa a cumplir la totalidad de sus compromisos (con la legalidad y con la comunidad), y pugnar para que un eventual cierre o traslado se produzca con los menores impactos posibles para los implicados, principalmente los trabajadores.

La otra vertiente que también resulta muy interesante es la que tiene que ver con las implicaciones con la política industrial que un fenómeno como este de la deslocalización tiene en Euskadi. Esta empresa y otras se van de nuestra tierra por una simple razón: la localización ya no les es competitiva. O visto de otro modo, pueden competir mejor en los mercados, aprovechando las condiciones que les ofrecen otros lugares. En el caso que nos ocupa, seguramente, por los costes de la mano de obra, pero en otros pueden ser otros elementos, cómo el abastecimiento de materias primas, la cualificación de la mano de obra, el potencial de I+D, las capacidades de gestión y financiación, etc.

Las tradicionales ventajas competitivas en las que hemos basado nuestra competitividad como el ahorro de costes, el saber hacer y la calidad, están empezando a no ser suficientes en la nueva sociedad del conocimiento en la que nos encontramos. De inmediato surge la pregunta sobre qué podemos hacer como sociedad o qué puede hacer el gobierno como nuestro representante para que no se vayan las empresas.

Creemos sinceramente que la cuestión está mal formulada ya que poco o nada se puede hacer para que una empresa, (multinacional o no, vasca o extranjera) cierre eventualmente sus puertas para trasladarse a otro lugar. La pregunta clave desde la óptica de política industrial que nos debemos formular debe ir quizás en otra dirección. Nos tenemos que cuestionar en qué nichos de mercado debemos apostar para ser competitivos a nivel global y qué mecanismos y resortes tenemos que desencadenar para apoyar y hacer realidad estas apuestas.
Desde luego, no podemos basar nuestro futuro como país industrial avanzado en aquellos sectores en los que el valor añadido principal es el coste de la mano de obra, sino en aquéllos otros en los que seamos capaces de aportar algo nuevo y diferente. En productos en los que la cualificación, la creatividad, la innovación y el respeto del medio ambiente sean claves, aprovechando nuestras propias capacidades y poniendo en valor el creciente potencial de nuestros jóvenes que en su mayoría cuentan con formación técnica o universitaria.

Todo esto lo saben muy bien en el Gobierno y los responsables de la política de competitividad vienen desarrollando desde hace muchos años un esfuerzo importante en el desarrollo científico-tecnológico de Euskadi y en la innovación de su tejido empresarial como únicos mecanismos de competitividad.

También son perfectamente conscientes nuestros responsables políticos que cultivar los valores del emprendizaje, la creatividad o la innovación en una sociedad no es algo que se improvise y, afortunadamente, se lleva muchos años trabajando en el tema.

Los Planes de Competitividad y de apoyo a la Ciencia y la Tecnología recogen perfectamente estos elementos centrales y no se quedan sólo ahí sino que explicitan los nichos por los que entienden que hay que apostar e impulsar nuestro sistema científico-tecnológico para que puedan surgir nuevas ideas que lleguen al mercado en forma de empresas competitivas del ámbito de las biociencias, las nanociencias, la electrónica avanzada y las energías alternativas. Son esos los sectores por los que, al parecer, pasan esencialmente las oportunidades de diversificación empresarial de Euskadi. Y han llegado a esa conclusión tras procesos muy serios de participación, reflexión y consulta sobre cómo afrontar este desafío.

Llega el momento de apremiarles a que realmente apuesten por ello con todos los recursos necesarios y lo hagan, además, con todo el liderazgo y toda la potencia institucional de que sean capaces. Por nuestra parte, deseamos que sean valientes y nos atrevemos a animarles a que concentren gran parte de los recursos en un número limitado de apuestas y nichos de oportunidad y se abandone la eventual tentación de intentar empujar todos los temas, todos los sectores, todas las áreas científico-tecnológicas a la vez.

Pensamos honestamente que es el único modo de conseguir que el eco del cierre de empresas (que seguirá habiendo y mucho) se apague con el renacer de otras muchas mejor posicionadas que ofrezcan mejores condiciones sociales a sus trabajadores y estén más arraigadas y comprometidas con el territorio en el que se asientan y en la comunidad con la que conviven. En cualquier caso, una labor muy compleja que recibe todo nuestro respeto y apoyo.

Iñaki Barredo y Carlos Cuerda

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