La respuesta de los gobiernos europeos a la crisis de los refugiados, respuesta espoleada por el crecimiento de movimientos populistas anti-inmigración, están erosionando el tratado de Schengen que ha permitido el libre tránsito de personas y bienes entre países durante décadas, y los ataques terroristas de Daesh en París y Bruselas han agravado el problema. Alemania, Austria, Francia o Suecia, entre otros países, han recuperado controles fronterizos internos en algunos puntos, o están considerando implementar nuevos. Dejando a un lado sus importantes implicaciones sociales y políticas, el coste económico de terminar con Schengen sería enorme. Un informe de la Fundación Bertelsmann de Alemania calcula que el regreso a los controles fronterizos internos supondría un agujero de 470 mil millones en el PIB europeo en los próximos 10 años. Bloomberg lo compara con perder una empresa del tamaño de BMW cada año durante una década.