Para mantener los estándares de calidad de vida que ha conseguido en la actualidad, Euskadi y su tejido productivo y social se enfrentan a un gran reto de productividad que es consecuencia directa de lo que yo llamo el «atolladero demográfico» que explico de un modo sencillo a continuación.
Desde 1980, la población en Euskadi ha variado poco en términos globales. Ha pasado de 2.141.353 personas en 1980 a 2.174.033 en 2010 (32.680 personas más; 1,5% de incremento total). Sin embargo, como consecuencia de una muy baja tasa de fecundidad (1,20 en 2006) y el incremento progresivo de la esperanza de vida al nacer (84,3 años las mujeres y 77,2 los hombres), la estructura de la población se ha transformado radicalmente y se ha pasado de una pirámide de población típica con una amplia base de personas en las cohortes de más baja edad, a otra en la que éstas han disminuido drásticamente e incrementado las cohortes centrales (personas en edad de trabajar) y las de mayor edad (ver gráfico).
En la actualidad e, incluso a corto, medio plazo, esta estructura de población no presenta grandes tensiones, pero los cambios que se pueden intuir para las próximas décadas exhiben un panorama desolador: la pirámide poblacional vasca en 2050 (ver gráfico) muestra una drástica caída del número de personas en edad de trabajar (256.960 personas menos desde 2010) y un incremento muy notable de los potencialmente inactivos y, en particular, de los de 65 y más años que incrementan un 77,8%.
Si no se pone remedio, el evidente resultado de ello es que seremos un país mucho más pobre. Según nuestras estimaciones más de un 20% en términos reales (descontando los efectos de los precios); un PIB per cápita un 22%. Y todo ello con unos costes sociales, muy especialmente los sanitarios, sustancialmente más elevados por el notorio envejecimiento de la población que se producirá .
Para salir del atolladero demográfico en el que estamos, habrá que poner encima de la mesa políticas que permitan alargar la vida activa de las personas, junto con otras que hagan el mercado laboral más atractivo para incrementar la relativa baja tasa de actividad que nos caracteriza . Pero además de todo ello, si queremos avanzar realmente y mantener el nivel de bienestar alcanzado, no queda otro remedio más que incrementar radicalmente la productividad de nuestras empresas; necesitamos empresas que aportan más valor por persona empleada.
Y esto significa producir más con lo que tenemos, aprovechando mejor los recursos humanos y técnicos disponibles en lo que seguramente existe todavía un cierto margen, pero sobre todo implica ser un polo de talento y de innovación para que nuestras empresas, apliquen la tecnología más avanzada disponible, desarrollen nuevos productos e incorporen nuevas formas de hacer y modelos de negocio que abran nuevos nichos de mercado en los que se genere mayor valor añadido.
Tenemos que invertir más en I+D+I porque la innovación es la única vía que nos puede ofrecer un nuevo futuro. No se trata de invertir para salir de la crisis, sino de poner toda la carne en el asador a pesar de la crisis, porque una vez que esta pase, que pasará, seguiremos teniendo encima de la mesa la misma e imperiosa necesidad de innovar y quizás ya sea tarde.