La ratificación del Protocolo de Kyoto por parte de Australia en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático celebrada en Bali el pasado Diciembre, ha sido una buena noticia. Ha dejado a Estados Unidos como único país desarrollado que aún no lo ha ratificado, lo que añade presión para que acabe sumándose al tratado. También ha sido una excelente noticia la elaboración de un documento final suscrito por todos los países asistentes a la Cumbre, en el que se han establecido compromisos cualitativos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero más allá del año 2012. Sin embargo, la oposición y reticencia de algunos países ha hecho imposible lograr un compromiso en el que se cite el objetivo cuantitativo defendido por la Unión Europea: limitar las emisiones de los países desarrollados en el año 2020 a un incremento de entre el 25% y el 40% respecto a las emisiones de 1990. Habrá que esperar hasta 2009 para ver compromisos cuantitativos concretos de reducción de emisiones. Esos son los plazos que ha marcado la Hoja de Ruta de Bali para alcanzar un acuerdo post-Kyoto de largo plazo capaz de abordar el reto del cambio climático.
La propuesta hecha por Europa a la comunidad mundial durante esos días está en consonancia con su propia apuesta de reducir las emisiones europeas de gases de efecto invernadero un 20% en el período 1990-2020. Para alcanzar ese objetivo, los Estados miembros deben aumentar en un 20% la participación de las energías renovables en el uso energético e incrementar su eficiencia energética en ese mismo porcentaje. Ambos objetivos, para el año 2020. El compromiso europeo persigue reducir el impacto sobre el clima global y aumentar su independencia energética para dejar de depender del suministro de combustibles fósiles de países con regímenes políticos poco estables. Si la Hoja de Ruta de Bali llega a buen puerto – confiemos que así sea – y otros países desarrollados se comprometen a reducir sus emisiones, el compromiso de la Unión Europea de los 27 pasará a ser del 30%.
Todo lo anterior, unido a los altos precios del petróleo y otros combustibles fósiles, hace presagiar una firme apuesta de las políticas europeas por avanzar hacia una economía cada vez más baja en emisiones de gases de efecto invernadero. Una apuesta que está creando ya un clima financiero favorable para inversiones en eficiencia energética y tecnologías poco intensivas en carbono como las renovables (Acciona e Iberdrola han declarado recientemente que la energía eólica será competitiva con el gas y el carbón a corto plazo debido a los altos precios de los combustibles fósiles) o la captura y secuestro de carbono – otra de las grandes apuestas de Europa para los próximos años. ¿Por qué? Porque en su afán por tener economías menos intensivas en emisiones de gases de efecto invernadero y menos dependientes de los combustibles fósiles de terceros países, las administraciones públicas están creando herramientas ヨ el comercio de emisiones y los sistemas de primas a las renovables son sólo algunos ejemplos – para que las tecnologías más tradicionales e ineficientes – en términos de emisiones por unidad de producto – vayan siendo menos competitivas. Esto hará que los intereses inversores se vayan moviendo hacia sectores más eficientes y menos intensivos en carbono.
A nivel andaluz, el Gobierno de Andalucía ha dejado claro en el Plan Andaluz de Sostenibilidad Energética 2007-2013 que su política energética camina en la dirección adecuada. Hacia un nuevo modelo energético regional más eficiente (capaz de ahorrar el 8% de la energía primaria consumida en 2006) y con una mayor presencia de las energías renovables endógenas en el panorama energético (donde el 18% de la energía primaria consumida procede de fuentes renovables). Para ello, está diseñando herramientas y poniendo en marcha mecanismos que hagan posible la atracción del talento y los recursos financieros necesarios para desarrollar nuevas infraestructuras y proyectos empresariales ligados al sector energético. En definitiva, está trasladando al ámbito local ese clima de estabilidad mundial necesario -aunque no suficientes – para atraer inversiones capaces de poner en valor los abundantes recursos renovables existentes en Andalucía. Fundamentalmente sol, necesario para la eclosión de la energía solar fotovoltaica y térmica. Pero también viento, imprescindible para el afianzamiento de la energía eólica.
Unido a las propias capacidades humanas, técnicas (centros de investigación especializados que hagan posible el desarrollo de nuevas tecnología) y financieras de Andalucía y a la apuesta por las actividades energéticas innovadoras, el escenario favorable que se prevé para las renovables y la nueva política energética andaluza crearán los engranajes necesarios para el despegue de un nuevo sector empresarial andaluz: el energético. Un sector con futuro, capaz de crear empleo y convertirse en uno de los nuevos motores de una economía andaluza más moderna, competitiva y sostenible.