Se preguntaba Guillermo Dorronsoro en uno de sus tuits recientes «si tiene que cambiar Fagor o tiene que cambiar el mundo». La cuestión resulta inspiradora y, también tentadora. Pero no caeré siquiera en tratar de valorar o dar consejos sobre la situación de Fagor. No tengo ganas, pero tampoco la información, ni mucho menos el conocimiento para decir algo mínimamente sensato. Así que me limito a confiar en que sus personas con un ánimo renovado serán los que lideren su propio futuro. Así que ¡Animo a todos/as!
¿A cambiar el mundo? Me sumo, cómo no, pero apuesto fundamentalmente por empezar cambiando lo nuestro. El mundo empieza aquí, con nosotros y nuestras cosas más próximas y si somos capaces de transformarnos y cambiar este mundo más cercano ésta será nuestra aportación más práctica y seguramente más valiosa. La complicada situación de Fagor tiene al menos una derivada positiva: Ha servido de detonante de una catarsis colectiva que de repente nos enfrenta a la cruda y grave crisis en la que estamos sumidos; como si los 2000 empleos directos que están en juego en este caso nos harían conscientes y de repente de las ya más de 78.000 personas que han perdido su empleo en esta crisis que no acaba.
Y la catarsis colectiva es buena, porque nos descubre el grave problema estructural al que nos enfrentamos y del que Fagor es sólo la punta del iceberg. Tenemos un tejido productivo muy intensivo en mano de obra, que compite fundamentalmente en eficiencia operativa y que enfrenta serios problemas de competitividad a medio, largo plazo; al más mínimo vaivén de la demanda, nos encontramos que nuestras empresas despiden trabajadores y éstos de ser un activo, pasan rápidamente a ser un «gasto insoportable» (Una caída del PIB de 6,3 puntos porcentuales ha originado un bocado de 15,8 puntos porcentuales en el nivel de empleo en el País Vasco).
Y éste es el problema estructural que tenemos que atender con urgencia, porque cuando la crisis financiera llegue a su fin (parece que de nuevo aparecen ligeros brotes verdes que esperemos no se sequen…), seguirá siendo el «Talón de Aquiles» que nos conduce a un escenario lamentable de desindustrialización creciente. Los que piensen que soy un alarmista, no tienen más que echar la vista atrás y analizar los procesos de reestructuración industrial que, tras la crisis del petróleo, se vivieron en el País Vasco.
Así que no perdamos ni un minuto más, unamos todas las fuerzas del conjunto de la sociedad civil, del tejido empresarial, del sistema de ciencia y tecnología y, por supuesto, de la administración pública y pongámonos manos a la obra en un verdadero plan de choque para una gran transformación del tejido productivo y dejémonos ya de tantas tiritas…