Desde que en marzo de 2014 se filtrara el primer borrador acerca del acuerdo o asociación transatlántica para el comercio y la inversión entre EEUU y la UE (más conocido por sus siglas, TTIP, y su nombre en inglés, Transatlantic Trade and Investment Partnership) las informaciones contradictorias, las medias verdades y la desinformación campan a sus anchas. Todas las alarmas parecen haber saltado. Pocas veces unas siglas, que sólamente unos pocos iniciados saben a qué corresponden, han despertado tanta crítica visceral por parte de relevantes sectores sociales. Mensajes catastrofistas sobre el triunfo de las multinacionales frente a los estados y del mercado frente a la democracia se agolpan en las webs más militantes para hacer oír sus gritos. El resto de agentes sociales, partidos políticos instalados en el sistema, empresas u organizaciones sociales de carácter más local, permanecen en la inacción y, seguramente, en la ignorancia.
Simplificando seguramente demasiado, el TTIP surge con el único propósito de liberalizar el comercio entre los EEUU y la UE. Por tanto, habla de eliminación de los pocos aranceles que quedan y sobre todo de la supresión de las barreras no arancelarias (homegenización de legislaciones y desregulación). En definitiva, el miedo de muchos viene de que se acabe reforzando al mercado como sacrosanta instiutución que ha de regir el devenir de la economía mundial y, por ende, de nuestra sociedad. Las alarmas han saltado tras la filtración de algunos borradores por la aparente ausencia de límites al poder de las grandes corporaciones o por la prevalencia de los intereses de estas frente a normativas locales en cuestiones sensibles como podría ser el comercio de transgénicos o el fracking o en cuestiones de carácter social relacionadas por ejemplo con derechos laborales.
Las dificultades de llegar a un acuerdo vienen precisamente porque la UE no es EEUU. A pesar del merkelismo imperante teñido de liberalismo, Europa se asienta en otros valores y es la ciudadanía la que está por encima del mercado y la que rige sus intereses. Los que están negociando lo saben e incluso hasta seguramente lo comparten. Pero los grandes lobbies corporativos están para algo y el sello americano tiene mucha fuerza. Veremos en qué finalizan estos grupos de trabajo top-secret (¿a qué tanto oscurantismo?) y si al final se consigue un acuerdo de comercio libre para una sociedad libre. Y no un tratado de libre comercio para una sociedad sometida a intereses diferentes a los que empujan el proyecto europeo: democracia plena, ciudadanía libre.