Escribo desde la rabia no contenida de estos primeros momentos. Mañana… pasado mañana se me olvidará incluso el nombre de Ignacio Uria. En pocos días, será un número más en la lista de víctimas de este calvario que nos ha tocado vivir en Euskal Herria. Y no quiero que el tiempo atempere mis ganas de gritar lo que pienso.
Todos los ciudadanos vascos somos un poco responsables del asesinato del señor Uria. Lo somos porque no hemos conseguido articular una sociedad en paz y en libre convivencia después de tantos y tantos años de dolor. Hay miedos aún a tomar ciertas posiciones, hay mucha Historia maldita, todavía hay rencores de antaño y ser solidario requiere, todavía hoy, un esfuerzo. A veces es más sencillo continuar con nuestras vidas, nuestros trabajos, nuestras cosas. Es lógico, queremos construir nuestro pequeño lugar en el mundo y es tan complicado a veces simplemente vivir que enfrentarnos a la indignidad del totalitarismo de algunos nos parece imposible. Muchos no sabemos seguramente ni cómo hacerlo.
Los partidos políticos tienen, quizás por ello, un poco más de responsabilidad que nosotros, los ciudadanos de a pie. No en vano son ellos nuestros representantes y los que deben dialogar entre ellos y articular una solución definitiva. Los Gobiernos vasco y español tienen también su trozo en este reparto. Son los que conducen a la sociedad y llevan fracasando 30 años en este intento de generar un país libre de cualquier tipo de tiranía. Si no lo consiguen a la primera, tendrá que ser a la enésima. Y si no puede una persona, tendrá que ser otra. Y a veces eso no lo entienden.
Pero es en las manos de los que callan ante la barbarie sobre las que resbala toda la sangre de Ignacio Uría; es en el corazón de los que contextualizan su asesinato donde explota el dolor de sus amigos; es en la cara de los que miran para otro lado donde se graban las lágrimas de su mujer y de sus hijos.
Que sepan que no les tolero su indiferencia. Que no soporto su actitud patética y miserable. Que su silencio es complicidad y que dan vergüenza.
En todos los países del mundo hay fanáticos y asesinos. Desgraciadamente, eso no es exclusivo de nuestro país. Pero es aquí donde tenemos la habilidad de cultivar todos los días nuevos salvapatrias capaces de coger una pistola y pegarle un tiro a cualquiera. Y que esos iluminados no surgen de la nada sino que hay personas en nuestra sociedad que orientan sus caminos de sangre. Esa gente es la que es verdaderamente despreciable y somos muchos, casi todos en Euskadi, quienes les otorgamos el dudoso honor de ser «las personas más miserables de la Tierra».
Que es de cobardes y cavernícolas esconderse detrás del primo de las pistolas. Que hay que ir de frente. Que hay que denunciar y reprobar actos como el de hoy. Que no se puede hacer política así. Que si no lo hacen, que no esperen sino distancia y repugnancia.
Bertolt Brecht ya se lo anunció hace 70 años, los mismos que tenía Ignacio Uría: モacabarán yendo a por ti, pero será demasiado tarde, porque no quedará nadie que te defiendaヤ.
Como empresario y emprendedor, como vasco y como hombre libre de pensamiento mi más sincero desprecio a todos los que siguen callándose, a todos los que se atreven a contextualizar barbaridades como este asesinato y a todos los cobardes que cimentan sus propios objetivos políticos sobre la barbarie de estos asesinatos.
A los asesinos de Ignacio Uria, les diría que Ignacio vivió 70 años construyendo país y que ellos vivirán su juventud entre barrotes, pasarán los años y saldrán ya canosos sintiendo que ha sido sin ellos como conseguimos, al fin, construir una sociedad libre. Sintiendo que no sólo fueron hijos bastardos de este pueblo sino que también fueron repudiados por sus gentes de bien. Sintiendo que malgastaron su única vida haciendo el mal y que ya no hay vuelta atrás.
Agur eta ohore, Uria jauna.
Primero cogieron a los comunistas,
y yo no dije nada porque yo no era un comunista.
Luego se llevaron a los judíos,
y no dije nada porque yo no era un judío.
Luego vinieron por los obreros,
y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista.
Luego se metieron con los católicos,
y no dije nada porque yo era protestante.
Luego secuestraron y robaron a unos vecinos
y no dije nada porque yo tengo seguros,
Luego violaron a una pequeña vecina
y no dije nada porque no tengo hijas pequeñas,
Luego torturaron al hijo de un amigo
y no dije nada porque mi hijo sabe defenderse,
Luego secuestraron a unos ancianos
y no dije nada porque yo no soy anciano,
Luego asesinaron al hijo de un desconocido
y no dije nada porque yo soy conocido,
Y cuando finalmente vinieron por mí,
no quedaba nadie para protestar.
Bertolt Brecht