El pasado viernes día 24 de Noviembre estuve en el acto de celebración del 25 aniversario del Instituto de Economía Pública (IEP) y lo que allí oí me hizo reflexionar sobre la propia Universidad y su papel en el contexto social en el que se encuentra el País Vasco. Me pareció que estaba obligado a aprovechar los discursos y presentaciones de los 5 fundadores/as (por orden de intervención en el acto, Juan Urrutia, Salvador Barberá, Federico Grafe, Mª Carmen Gallastegi e Inmaculada Gallastegi), porque fueron, en primer lugar, interesantes -¿cómo no?-, pero fundamentalmente fueron ilustradores, emocionantes, y mostraron, en vivo y en directo, un gran ejemplo de compromiso y liderazgo compartido.
No cabe duda que hace 25 años nuestra Universidad se encontraba en una situación de encrucijada. Había que construir un País y también una Universidad que estaba completamente obsoleta y en decadencia. Prácticamente todo estaba por hacer y el reto era enorme. Los fundadores del IEP, en la parcela que les tocaba, se pusieron manos a la obra y con una gran dosis de esfuerzo y convencimiento fueron dando pasos, entre otras, en tres direcciones que yo creo eran las fundamentales: sentaron las bases para realizar una investigación de excelencia tanto básica, como aplicada y darla a conocer al mundo, pusieron en marcha un novedoso y pionero programa de doctorado en Economía que sirviera para formar a una nueva generación de economistas y reforzaron los lazos entre la academia y la sociedad, dotando de criterio económico a muchas e importantes decisiones económicas de un País en ciernes que poco a poco se estaba construyendo.
Seguramente, la situación actual no es tan dramática como la de los años ochenta, pero no por ello dejamos de estar también en una importante disyuntiva que demanda de todos los sectores sociales y, muy especialmente, de la Universidad grandes dosis de ambición y audacia para que nuestro país pueda ir de la mano de las regiones más avanzadas del mundo en la senda de la Sociedad del Conocimiento. La pregunta que quiero compartir con la Comunidad Universitaria y todos los agentes económicos y sociales, es la siguiente: ¿está preparada nuestra Universidad para asumir estos nuevos retos y liderar la transformación económica y social que precisamos? Sinceramente, creo que nos queda mucho trabajo para conseguir la Universidad que necesitamos.
En mi opinión tenemos que repensar. Tenemos que reinventar la Universidad a la luz de los nuevos retos. Tenemos que invocar el espíritu y liderazgo que inspiró la fundación del IEP y transmitirlo al conjunto de la Sociedad. Pero, ya no nos basta con sentar las bases, tenemos que apostar decididamente por la excelencia de la investigación, no nos podemos conformar con una Universidad en el pelotón, tenemos que estar con los mejores al menos en un selecto grupo de materias en las que podamos alcanzar la masa crítica necesaria. Tampoco es suficiente con tener buenos programas de doctorado, debemos exigir un sistema universitario diferente y diferencial que sea un pujante foco de atracción de personas ヨprofesores y estudiantes- de talento en muchas y variadas disciplinas que enriquezca la propia universidad, así como nuestro tejido social, cultural y político. Finalmente, es necesario aproximar la sensibilidad universitaria a las preocupaciones y retos sociales, acercando estos dos mundos que a veces tenemos la impresión que viven aislados y despreocupados el uno del otro. Es preciso avanzar decididamente, para que la broma que lanzó Juan Urrutia en su discurso, lamentándose que el モInforme Sternヤ no se hubiera generado en el IEP, no fuera tal y la sintiéramos como un indiscutible reproche. Tenemos muchos ámbitos en los que nos jugamos nuestro futuro, como el emprendizaje y la diversificación del tejido productivo, el cambio climático, la inmigración, el envejecimiento de la población, la convivencia en pazナ En todos ellos, la Universidad tiene que desempeñar un papel clave e indiscutible.
El camino es largo, pero a la vez ilusionante. Necesitaremos muchos cambios institucionales y apertura de miras para afrontarlos y precisaremos muchos recursos económicos, y capacidad de convencer para que la Sociedad no tenga dudas en ofrecerlos. Pero, sobre todo, la sociedad tiene que ser capaz de exigir y convencer a las mujeres y hombres que conforman la Universidad para que asuman el liderazgo que les corresponde en esta nueva encrucijada de principios del siglo XXI.