-¡Señorita, quiero cambiar de habitación ya! ¡Las vistas son nefastas!- grita el señor Moore totalmente desquiciado. Yo para apaciguarlo, le digo con mi mejor acento British, ya que si me relajo me sale el acento aussi que tanto les hace enfadar a los británicos puristas de la lengua: – A usted ya le han dado un upgrade de doble superior a suite gratuitamente. Además, sino me equivoco cuando usted contrató las vacaciones con el tour operador Sovereign, ya le comentaron que con la tarifa que pagó no le podían dar una habitación con vistas al mar y en la actualidad cuenta con una habitación con estupendas vistas a la piscina. -Se lo ruego señorita (alzando la voz con tono amenazante) no me vuelva a repetir la misma historia. ¡Mi hermano (el señor Moore 2) cuenta con las puñeteras vistas, y han pagado lo mismo que nosotros! A esta declaración suspirando y mordiéndome la lengua le respondo: – El señor Moore y su esposa al tratarse de una pareja que celebra sus bodas de oro en el hotel le concedimos 2 upgrades como motivo de su aniversario. Era la única habitación Vistamar vacante y al estudiar las circunstancias creímos que era la pareja que la debía ocupar. Usted sabe mejor que nosotros que su hermano y cuñada han venido al hotel a descansar y poder recuperarse de lo ocurrido (la señora Moore 2 acababa de ser intervenida de una operación muy delicada). Desde nuestro departamento consideramos que esto causaría a toda la familia un verdadero placer. – ¡Me da igual! ¡Yo he pagado lo mismo que mi hermano y por consiguiente, quiero conseguir lo mismo!-concluye el señor Moore golpeado la mesa y marchándose de la recepción. Este tipo de incidentes ocurrían cada día en el Hotel- Resort de 5 estrellas donde trabajaba como Relaciones Públicas. Cuando llegaba a mi casa pensaba: ¿Estarán los clientes del hotel satisfechos algún día? ¿Conseguirán alegrarse por el bien ajeno? ¡Dios santo, menudo humor…y eso que están de vacaciones…! Y en este caso: ¿No se alegra de que su propio hermano y su señora gocen de una de las mejores habitaciones de nuestro Hotel? Estas preguntas que me hacía a mi misma y que no conseguía responder me trasladaron mentalmente a la experiencia que viví hace más de un año en el Outback (desierto) australiano: Yo y un grupito de japoneses capitaneados por nuestro guía Tim convivimos durante un mes con una tribu aborigen llamada «Los Puros». Con ellos aprendí muchas cosas pero una de las cosas que más me impactó era la solidaridad sobre todo grupal, tan perdida entre nosotros, que se podía respirar entre ellos. Gracias a la solidaridad omnipresente y eficiente, «Los Puros» cumplían el fundamento para la conservación de la vida que es también el último recurso para la supervivencia y la afirmación de la misma. Unas veces, era para curar las decepciones causadas al ver que las promesas de las independencias nacionales eran confiscadas por algunas etnias privilegiadas. Otras veces, simplemente, iban en contra de las leyes injustas y sobre todo contra la repartición desigual de las riquezas nacionales, empleos, cuidados de salud…En definitiva, la razón de ser de «Los Puros» garantizaba la vida y supervivencia de sus miembros, de esta manera, cada uno de ellos era una piedra preciosa que en conjunto formaba un tesoro grandioso. «Los Puros» no eran solidarios sólo con los miembros de su etnia, sino que también lo eran con la gente que les tocaba a la par: Hacía como 48 º el amanecer que los hombres de la tribu decidieron ir de caza, mientras que las mujeres se quedaron al cuidado de los niños y del campamento nómada. Justo antes de que el sol rojizo se pusiera, volvieron los hombres de la tribu triunfantes con un cocodrilo y varios peces sobre el hombro. Las mujeres precipitadamente armaron un fuego y vistieron sus mejores galas. Nuestro grupo, formado por los japoneses, Tim el aussie y yo, contaba con un sinfín de provisiones. El maletero de nuestro jeep contenía varias neveras repletas de refrescos y fiambres, además de una caja con un variado surtido de alimentos. Por el contrario, según nos comunicó Tim, ya que era el único capaz de hablar aquella extraña lengua aborigen, «Los Puros» llevaban casi cuatro días sin probar bocado a causa de la escasez de aquellas tierras. Sin embargo, esto no les frenó a invitarnos a los suculentos manjares que acababan de cazar. Ula, el líder de la tribu, me ofreció el primer pedacito del cocodrilo a la brasa. A este gesto le respondí con un gracias (como me había enseñado Tim) en su lengua aborigen. Ula al escuchar la palabra se enfadó y dijo que él no estaba acostumbrado a agradar a la gente. Simplemente, su misión era alimentar a su poblado. Este gesto de Ula me enseñó que al ser solidario con los otros, todos resultan ser responsables de cada uno de los integrantes y la obsesión de los ciudadanos de hoy en día por el individualismo puro utilizado de la manera errónea y egoísta, pierde todo su sentido. A esta declaración, me gustaría añadir un eslogan que se popularizó en los años 60 en África y que define muy bien el modo de pensar y la solidaridad de aquella gente tan maravillosa y tan sabía que tuve el placer de conocer: ¡Nadie muere de hambre o todos mueren de hambre!