La segunda mitad del siglo XXI nos depara un nuevo paradigma industrial con dos ejes claros. El primero, continuidad del actual, se caracterizará por la búsqueda de economías de escala, aprovechando las ventajas de coste de la producción en masa y la globalización de las cadenas de valor. El segundo de los ejes estará liderado por los prometedores avances de las tecnologías avanzadas de fabricación que, junto con los avances de la digitalización, hacen cada vez más factibles modelos de negocio industriales con escalas de producción más pequeñas en los que el comportamiento y mantenimiento del producto durante su vida útil son complementos del propio diseño y fabricación, en la aportación de valor.
A nivel global, parece lógico pensar que el primero de los ejes será el dominante del nuevo modelo industrial, pero seguramente, el segundo, aunque hoy todavía esté en sus etapas iniciales, tendrá un peso e importancia crecientes. Sólo a modo de ejemplo, pensemos en las opciones disruptivas que abre la manufactura aditiva, junto a la digitalización avanzada de los procesos industriales para “imprimir” y ensamblar productos en redes de fabricación inteligente formadas por pequeñas plantas de producción conectadas y capaces de adaptarse a las exigencias y gustos del mercado. Pero esto es sólo un ejemplo, del amplio abanico de tecnologías con potencial disruptivo para revolucionar el diseño y la producción de bienes industriales: los composites avanzados y las nanotecnologías en el campo de los materiales, los avances en la electrónica con el desarrollo de nuevas generaciones de sensores y componentes electrónicos con infinitas y transversales aplicaciones, la robótica y las máquinas herramientas avanzadas para la automatización intensiva de los procesos, la bioingeniería y la biomanufactura en ámbitos como la alimentación, la química, los materiales, la salud, etc. Tecnologías todas ellas que, en conjunto, hacen pensar en una nueva industria cuyo potencial futuro, hoy ni siquiera alcanzamos a imaginar bien.
En este contexto, la pregunta clave de la nueva política industrial es dónde y cómo posicionarse respecto a estos dos ejes (industria convencional/industria avanzada), pues dependiendo de dónde se quiera estar o lo que es lo mismo, qué tipología de industria tener en el país, habrá que desplegar unas políticas u otras.
Si pensamos en el País Vasco, su situación actual la podríamos representar por el punto “A” con un 19% del VAB total vasco en el eje de industria convencional y “0%” o prácticamente “0%” en el segundo de los ejes de industria avanzada. Esta situación es el resultado de una tendencia estructural y subyacente de pérdida de competitividad industrial del País Vasco. En 1995, la economía vasca era la más intensiva en industria de entre los países de la UE (la industria manufacturera era el 28,1% del total del VAB), con más de 1,5 puntos porcentuales por delante de Eslovaquia que ocupaba la segunda posición del ranking y más de 6 puntos porcentuales por encima de una economía de referencia como Alemania (22,1%). Justo antes de la crisis (en el primer cuatrimestre de 2008), el peso de la industria del País Vasco ya se había reducido considerablemente hasta el 24,5% del VAB, había cedido la primera posición a la República Checa y la diferencia con Alemania se había acortado hasta 2,4 puntos porcentuales. La crisis impacta duramente en la industria de los países europeos, pero de un modo muy particular en la industria del País Vasco que ya en los primeros compases de la crisis pierde la barrera del 20% de peso económico, manteniéndose alrededor de esos términos hasta la actualidad. Junto a Luxemburgo (-44,5%), Finlandia (-36,9%), Malta (-25,2%) y Suecia (-21,5%), la economía vasca (-18,8%) está entre las economías en las que la industria pierde mayor relevancia económica desde el comienzo de la crisis en 2008.
A la vista de los datos, parece lógico pensar que la tendencia (business as usual) conduciría al País Vasco en 2050 a una situación como la representada por el punto “B” con un peso de la industria convencional sustancialmente menor por debajo del 15% y crecimientos muy testimoniales de la industria avanzada. En la actualidad, sin embargo, el País Vasco tiene en marcha una política económica que apuesta por la industria y de un modo particular por la industria avanzada para que sirva como palanca principal para cambiar la tendencia observada y avanzar hacia un punto como el “C”, en el que se recupera el posicionamiento en la industria convencional y se avanza con paso firme en un proceso de diversificación inteligente que aprovecha el nuevo paradigma industrial.
Avanzar en la industria convencional y en la avanzada precisa caminos diferenciados, pero que convergen en una innovación empresarial exigente. Por un lado, innovación para dar un salto diferencial y cualitativo en la productividad impulsando el diseño e implantación de tecnologías digitales avanzadas de simulación, visión 3D, análisis, colaboración, etc. para transformar drástica y radicalmente la eficiencia de los procesos industriales; lo que se ha denominado industria 4.0. o manufactura digital.
En segundo lugar, la innovación y la trasformación de los modelos de negocio, para aportar valor diferencial en eslabones de la cadena de valor, como la I+D, el diseño, el marketing, o la comercialización en los que el factor competitivo está más en manos de la tecnología y el talento de las personas y no tanto en los costes de operación.
Finalmente, la innovación disruptiva en base al desarrollo e implantación de nuevo conocimiento y tecnologías emergentes, para la puesta en el mercado de nuevas generaciones de productos industriales en los que País Vasco pueda desplegar nuevas ventajas competitivas globales.
El equilibrio en estos tipos de innovación y su impulso para sostenerla en el tiempo, requerirá un sólido compromiso de las administraciones públicas competentes, la proactiva participación de las empresas y el concurso de los agentes científicos y tecnológicos que, conjuntamente con otros actores, conforman el ecosistema innovador del País Vasco. Ecosistema que tendrá que ser capaz de invertir con visión y más allá de lo que el mercado demanda a corto plazo y colaborar y compartir recursos, talento y proyectos para multiplicar su potencial y llegar a resultados inalcanzables individualmente. Como es lógico, el potencial de colaboración público-privada del ecosistema innovador es importante para todos los tipos de innovación, pero despliega todo su potencial y resulta imprescindible para los modelos de negocio más audaces y las tecnologías más emergentes en las que el camino hacia el mercado resulta más incierto, pero espera una recompensa más jugosa.
La prosperidad y el progreso de las próximas generaciones está en manos de que sepamos articular una industria potente, competitiva y preparada para los retos de futuro. Tenemos que innovar para sacar provecho de lo que ya tenemos y para diseñar el futuro que imaginamos y que necesitamos.
by Iñaki Barredo, economista y socio de Naider