Ayer conocimos la noticia de que el Partido Popular de Euskadi, sorprendentemente, se unió a EH Bildu y PSE-EE para aprobar en comisión una propuesta legislativa que veta la práctica de extracción de hidrocarburos mediante la técnica de fractura hidráulica, más conocida como fracking, en Euskadi. La sorpresa inundó el Parlamento. Después de formar junto al PNV un bloque de apoyo al fracking durante meses de debate, el PP ha dado un giro inesperado en el último instante. ¿Cambio de opinión basado en una concienzuda reflexión? ¿Repentina conciencia ecológica? Misterios políticos aparte, el concepto fracking está muy presente en la calle. Algunos a favor, otros en contra. No deja indiferente a nadie.
La fractura hidráulica, más conocida como fracking, es una técnica aplicada a la extracción del llamado “gas no convencional”, “gas de esquisto” o shale gas. Brevemente explicado, el proceso consiste en la inyección a gran presión de agua, arena y diversos productos químicos en reservas subterráneas, para fracturar las rocas y liberar así gas y petróleo.
En el apartado de los beneficios, los más destacables y fundamentales son que dicho proceso posibilita la explotación de recursos antes inalcanzables (desde la Agencia Internacional de la Energía se apunta a un incremento de las reservas de gas de hasta 250 años) y que permite extraer grandes cantidades de gas, asegurando de esta manera a muchos países un suministro energético autóctono. De hecho, debido a esta característica, la implantación del fracking está viviendo un auge imparable en la industria extractiva: se lleva a cabo en aproximadamente el 90% de los pozos operativos, y la mayoría de los nuevos ya lo han requerido. A raíz del «éxito» (¿sólo económico?) obtenido en Estados Unidos, países como Polonia o Reino Unido han comenzado las primeras pruebas de esta nueva tendencia extractiva. Sin embargo, como contrapunto, Francia está a punto de revocar las licencias de explotación mediante fracking ya concedidas a algunas empresas.
En cambio, en el apartado de los perjuicios provocados, uno de los principales impactos negativos es la contaminación de los acuíferos y del agua superficial. Una parte de la mezcla tóxica inyectada permanecerá para siempre en el subsuelo mientras que otra parte volverá a la superficie para ser almacenada en balsas. Cualquier fallo o fuga puede provocar la contaminación de los sistemas hídricos. Además, el agua inyectada puede desplazar el material radiactivo y los metales pesados hacia la superficie. Por otro lado, no hay medios efectivos de depurar de forma adecuada el agua de desecho almacenada en balsas. La evaporación de los tóxicos de las aguas de desecho almacenados en balsas al aire libre, así como las pequeñas fugas de gas (entre el 4% y el 8% del gas extraído según la universidad de Cornell), provocan contaminación atmosférica.
Por si esto fuera poco, a los problemas ambientales causados hay que añadir las afecciones de salud derivadas del fracking. Según muchas fuentes especializadas, entre ellas la revista Endocrinology o la Universidad de Missouri (encabezados por Susan Nagel), 100 de los más de 750 compuestos químicos que se emplean en la fractura hidráulica afectan muy negativamente a la salud. La evaporación de estas sustancias almacenadas al aire libre en el agua de desecho, pueden llegar por vía respiratoria a nuestro organismo. Hay muchos casos de cáncer generados en gran medida por estas sustancias, dificultades respiratorios, dolores de cabeza, comportamientos letárgicos, hemorragias nasales, problemas de piel, incluso dificultades en la formación del feto y en los partos, presencia de metano en la orina por consumo de agua contaminada, etc.
¿Estamos dispuestos a obtener energía a cambio de un coste social y ambiental tan excesivo?
