Durante tres semanas motos, coches y camiones extranjeros atraviesan África a gran velocidad dejando tras de si un rastro de humo, polvo y, a veces, muerte.
El pasado 15 de Enero murió un niño en Senegal, y fue noticia de primera plana en los principales medios de comunicación de Europa. A diario mueren miles de niños en el continente africano, pero los medios de comunicación no hacen eco de ello a no ser que el número de muertes aumente de forma considerable durante un periodo de tiempo más o menos prolongado, que es cuando nos inundan de titulares como «una ola de hambruna deja cientos de muertos en África», o «el último conflicto armado del continente negro deja tras de sí un rastro de sangre».
Lo curioso (y espantoso) reside en el hecho de que cuando el número de muertes vuelve a la media parece que ya no mueren más niños en África; asumimos que la situación ha vuelto a la «normalidad», aquel estado en el que no es que no mueran más niños, sino que siguen muriendo a un ritmo igual al de hace décadas, un ritmo al que ya nos hemos acostumbrado y que ahora asumimos como «normal».
Y es más curioso aún (y vuelve a ser también espantoso), como la muerte en África de un solo niño puede ser noticia. ¿La razón de ello? El niño murió atropellado por un camión de asistencia del Rally Lisboa-Dakar 2006. Tres días antes otro niño murió en Guinea, atropellado, en este caso, por un coche participante en la prueba; también salió en las noticias.
Cuando entre paréntesis escribo lo espantoso de estos hechos no estoy demonizando a los medios de comunicación; aún más terrible sería el que nadie difundiera lo que ha ocurrido. Pero si quiero denunciar las implicaciones que se derivan de la celebración, año tras año, del famoso Rally Dakar, esa carrera de larga tradición que en sus orígenes abogaba por el espíritu emprendedor, aventurero y de superación del ser humano. Una prueba «deportiva» que hace que cientos de vehículos atraviesen a velocidad endiablada varios países africanos dejando tras de si humo, polvo y, a veces, muerte.
No me quiero imaginar el revuelo que se montaría en Europa si se llegase a celebrar una competición en la que coches y motos de gran potencia atravesaran a gran velocidad nuestro entorno natural, y menos aún si se produjeran además víctimas mortales, ya ni siquiera entre los participantes o el público (hecho que si ha ocurrido en Europa), sino entre la gente que realiza sus quehaceres cotidianos, gente ajena a la carrera y a la que de pronto una mole de metal y fibra de vidrio siega la vida sin razón alguna.
Esas moles de metal, fibra de vidrio, aleaciones de titanio, repletas de tecnología punta y consumidoras de cantidades ingentes de combustible, representan insultos rodantes para la población de África en general y para los habitantes de las poblaciones por donde transcurre la carrera en particular. Alrededor del Rally Dakar se mueven cantidades desorbitantes de dinero que apenas dejan nada (aparte de humo, polvo y muerte) a su paso por los diferentes países africanos. Los organizadores, conscientes de este hecho, crearon en 2005 la Fundación Dakar «como un gesto de ayuda a los hospitales que se encuentran en la ruta de la competición del Dakar»; bonito gesto de marketing y de lavado de conciencia.
Muchos defenderán la prueba y el mundo de la competición del motor aduciendo que representan un banco de pruebas experimental inmejorable donde desarrollar los productos de alta tecnología del futuro que luego disfrutará el resto de la humanidad. Nosotros es posible que disfrutemos las consecuencias de esa experimentación tecnológica-competitiva, los africanos, de momento, desde luego que no. Es más, ese mismo argumento es también utilizado por los que defienden la labor de investigación y desarrollo que llevan a cabo los ejércitos. Si el progreso se alcanza utilizando dichos medios no lo quiero.
El periodo del año en el cual aparece con más frecuencia África en la televisión es durante la celebración del Rally Dakar, siendo las noticias relacionadas con las imágenes de índole deportiva. Otras noticias que aparecen con asiduidad reflejan las penurias derivadas de esas olas de hambruna o de esos conflictos armados que se citaban al comienzo del presente artículo. El Rally Dakar refleja el desprecio con el que tratamos África y sus problemas, muchos de los cuales hemos provocado nosotros mismos. Sólo cuando se produce alguna catástrofe humanitaria o en determinados periodos como la Navidad nos acordamos de los más olvidados; el resto del año es como si no existieran.
El pasado 15 de Enero murió un niño en Senegal atropellado por un camión; en países como Malawi, Zimbabwe o Zambia mueren decenas de niños al día por desnutrición, pero eso no sale en las noticias.