El concepto de globalización económica se ha extendido y transformado. Fenómenos como la deslocalización productiva son ya sólo una de las múltiples caras del cuadro de consecuencias. Por otra parte, el cambio tecnológico se acelera a un ritmo que obliga a actualizar constantemente las capacidades competitivas de regiones, países y empresas. En este contexto: ¿dónde podemos hoy encontrar ventajas competitivas duraderas y difícilmente replicables? En el conocimiento, sin duda, radica una de las principales ventajas aunque tendremos que ser celosos en su protección.
Globalización y cambio tecnológico: claves de un cambio
La palabra globalización acarrea numerosas connotaciones. En un inicio, en el ámbito económico referenciaba a la creciente realidad de un único mercado mundial. Hoy, sin embargo, la globalización es un fenómeno mucho más amplio que transforma sus consecuencias paulatinamente.
En este sentido, la globalización económica no sólo obliga a la deslocalización de los procesos productivos en búsqueda de localizaciones más baratas. Tampoco detiene sus efectos en la «glocalización» o, lo que es lo mismo, la atracción de recursos más baratos (humanos, etc) a los países de origen. La globalización significa que el fenómeno productivo se disemina crecientemente entre los países desarrollados y los países en desarrollo con patrones jamás pensados con anterioridad.
Países como la India, China, Brasil… ya no sólo compiten con unos recursos más competitivos en precios, sino con una base de conocimiento diferencial. Primero, porque su tamaño les permite generar una importante masa crítica en la generación de ciencia y tecnología. Esto ya está sucediendo: el sector Biotech en India crece a un ritmo del 30% mientras que en China el gasto en I+D escala a un ritmo del 19% anual. De hecho, China ya se ha configurado como la segunda potencia mundial en recursos de I+D tras Estados Unidos. El proceso es evidente: Mientras que en el 2005 los países no-OECD acumulaban el 18,4% del gasto global en I+D, esta cifra era sólo del 11,7% en el 1996.
Segundo, porque el peso de estos países como generadores de valor en el proceso de innovación está creciendo. Ahora, son los mercados emergentes los que comienzan a ser protagonistas principales de la innovación. De hecho, tendencias incipientes como el «reverse innovation» o «trickle-up innovation» aluden al proceso por el cual se trasladan a los mercados desarrollados innovaciones originalmente concebidas en los países en desarrollo. Éste es un fenómeno creciente debido fundamentalmente al gran potencial de innovación existente en el inmenso bajo segmento de mercado que actualmente no está servido en estos países. Esta segunda vertiente está permitiendo a estos países atraer importantes inversiones en I+D desde empresas globales que buscan productos y servicios que nazcan, desde el mismo proceso de innovación, en sus mercados destino. Ya quedó para el pasado aquella época en la que los países desarrollados innovaban y los productos se trasladaban desfasados a los mercados emergentes.
Simultáneamente, se está produciendo una aceleración del cambio tecnológico sin precedentes. Este factor ahonda aún más si cabe la posición de vulnerabilidad de las economías desarrolladas, que han de actualizar su base de conocimiento con mayor agilidad. Se abren continuamente ventanas de oportunidad a nuevos actores, tanto en el contexto empresarial como de país.
El conocimiento como principal generador de riqueza
En este escenario, rápidamente cambiante, el conocimiento y específicamente la capacidad de generar nuevo conocimiento (y tecnología) y transformarlo en valor para la sociedad se convierten en el principal factor competitivo de un país. O lo que es lo mismo, la capacidad de innovación se erige como principal fuente de riqueza. Primero, porque en la economía global el conocimiento es el factor productivo más difícilmente replicable y relativamente menos móvil: radica fundamentalmente en las personas y las instituciones de educación e investigación. Y segundo, porque el rápido cambio tecnológico hace que la posibilidad de generar valor con tecnologías maduras u obsoletas se reduzca mientras que se incrementan las oportunidades económicas en el nuevo conocimiento y su transformación en innovación.
Para las empresas, esto significa transformar sus procesos de creación e innovación aprovechando al máximo la creciente dispersión global de las capacidades científico-tecnológicas. Es decir, las empresas del futuro deberán entender el mundo como un gigantesco laboratorio de I+Ddel que obtener conocimiento y tecnología y transformarlo en valor a través de la innovación. Será la capacidad de innovar, por lo tanto, la competencia clave de la empresa, que deberá cuidar y mantener «en casa». Las empresas líderes del futuro serán necesariamente globales y abiertas, conectadas fuertemente con las mejores fuentes de conocimiento (Universidades, Institutos de Investigación…), observadoras con su entorno, colaborativas… y para ello deberán incorporar a los mejores profesionales: personas altamente cualificadas, proactivas y con conexiones internacionales.
Por otro lado, los países deberán encontrar su nicho de conocimiento en un mundo cada vez más pequeño. Deberán apostar verdaderamente por él, porque en el contexto global esa capacidad de innovación diferenciada será, cada vez más, la fuente principal de riqueza. Para ello, se debe incrementar el esfuerzo en Investigación, Desarrollo e Innovación articulando políticas y estrategias ambiciosas que movilicen los recursos necesarios y generando el entorno regulatorio adecuado que incentive la innovación en las empresas.
Por último pero no menos importante, las personas serán la pieza central de esta nueva economía pues es ellas donde radica la mayor parte de este conocimiento. Las empresas y países líderes necesitarán personas altamente cualificadas, políglotas, conscientes de este mundo global y de la velocidad a la que se mueve, que entiendan la vida como un continuo proceso de aprendizaje y actualización.
(Imágenes Creative Commons vía Flickr de Foxspain y Claus Rebler.