Una compañera del grupo naider, oriunda de San Petersburgo, nos remitió hace poco una lista de Verdades y Mitos sobre Rusia. Entre las verdades incontestables destacaba una; en Rusia hace frío. Poco o ningún interés tendría este artículo si no dimensionara el verdadero valor y fuerza que la Madre Rusia ha sabido, y sabe, extraer de un clima más que desapacible. Evidentemente, sus habitantes más desfavorecidos por las circunstancias adversas tienen todo el derecho a detestar tan molesta circunstancia, por lo que ruego acepten la licencia de conceptuar el rigor invernal como una poderosa arma. Asumimos, no obstante, que lo que hace fuerte a una nación, y probablemente al pueblo que la magnifica, es la facultad no sólo de sobreponerse a las adversidades, sino también de obtener fruto provechoso de ellas.
La vieja Europa debe recordar, cuando se enfrenta, negocia o tutea a la Madre Rusia que es, probablemente, la mayor experta en gestión geoestratégica del frío, frío que han utilizado hasta ahora de forma defensiva y que a la luz de los últimos acontecimientos es una fuente formidable de poder de conquista.
En mi memoria queda cómo uno de los maestros de la radio Española, el ya mítico Juan Antonio Cebríán, narró la batalla de Borodino. El principal enfrentamiento militar de las Guerras Napoleónicas se libró en septiembre de 1812 entre el ejército francés, mandado por Napoleón I, y el ejército ruso, dirigido por el mariscal Mijaíl Kutúzov. Igual que Tolstoi en Guerra y Paz, el insigne locutor escenificó la manera en que los ejércitos del corso, tras la retirada de los rusos y una pírrica victoria, ocuparon Moscú. Los Moscovitas, en lugar de rendirse, prendieron fuego a una población constituida principalmente por edificios de madera y privaron de forma efectiva a los franceses de la posibilidad de abrigarse en la ciudad. La retirada final de la Grand Armèe fue una sangría que llevó a miles y miles de hombres a la muerte; belgas, croatas, prusianos, españoles o polacos murieron por hipotermia.
Ciento treinta años más tarde del fracaso francés, la megalomanía nazi, en su intento de convertir la unión soviética en colonia, obtuvo en la batalla de Stalingrado un duro golpe a su halo de invencibilidad Las fuerzas del Reich pretendieron la victoria antes de la llegada del temible inverno ruso del 42 al 43. En la actual Volvogrado, una infame contienda sumó más de tres millones de muertes entre los dos bandos. Los Alemanes, empecinados, y bajo temperaturas de treinta grados bajo cero, llegaron a la inanición.
Hoy, en la vieja Europa se libra una nueva batalla; la energética. Cientos de miles de personas se han encontrado desbastecidas de gas, con las reservas en mínimos. Polonia, Alemania y sobre todo Bulgaria, comparan su situación con una resistencia numantina al frío o, en su ideario post soviético, con Stalingrado.
La llave del poder, en forma de espita de gas, está encima de la mesa. Más efectiva que la lanza de Longino de los nazis, mantiene en jaque el corazón de Centroeuropa. Mientras tanto, los países del sur, con un invierno más benigno (apenas uno o dos grados por encima de cero) se preparan para un cártel de gas que incluiría a Irán, Argelia o Qatar, con el Kremlin a la cabeza.
En definitiva, en esta モguerraヤ de la Energía, Europa probablemente sabe que, a medio y largo plazo, la liberación está en las energías no provenientes de combustibles fósiles. A corto plazo no debe subestimar, otra vez, al General Invierno.