Las áreas protegidas son la principal herramienta de conservación utilizada en la mayoría de países del mundo. Estas áreas contienen algunos de los paisajes más increíbles, los lugares con mayor biodiversidad, y nos proveen con servicios vitales para nuestra supervivencia y bienestar.
El origen de las áreas protegidas – cuya primera apertura fue el Parque Nacional de Yellowstone en EE.UU. en 1872 – se encuentra en el alejamiento del entorno rural y de la naturaleza que tuvo lugar durante las Revoluciones Industriales entre los siglos XVIII y XX. Ante el creciente éxodo rural y aislamiento de la naturaleza de la población, se quiso representar la relación emblemática – incluso romántica – “perdida” entre el ser humano y la naturaleza a través de estas “islas de naturaleza” (áreas protegidas). Las áreas protegidas se convirtieron entonces en la principal herramienta y símbolo de la conservación mundial.
Actualmente existen objetivos para incrementar las áreas protegidas y conservar la biodiversidad, establecidos por diferentes planes y marcos internacionales. Destacan el Plan Estratégico de la Biodiversidad y las Metas Aichi o el Objetivo 15 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). A pesar de que científicos instan a “blindar” la mitad del planeta con áreas protegidas (un 50% del área terrestre, y un 30% de los océanos), estudios previos demuestran que las áreas protegidas no evitan la pérdida de biodiversidad. De hecho, expertos argumentan que aquellas estrategias de conservación basadas únicamente en incrementar las áreas protegidas no bastarán para lograr una gestión sostenible del medio ambiente.
¿Qué se puede hacer al respecto? El objetivo debería estar en combinar estrategias de conservación tradicionales (áreas protegidas) con estrategias más recientes de visión más holística. Estas últimas se centran en transformar territorios dicotómicos formados únicamente por áreas protegidas y áreas desarrolladas/productivas, por otros más multifuncionales que integren zonas de producción (agrícolas, industriales) y de conservación. La creación de territorios multifuncionales requiere que se reconozcan los beneficios económicos que nuestra sociedad obtiene de los servicios que nos proporciona la naturaleza (servicios ecosistémicos). Tal y como muestra la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio y estudios científicos, el valor económico global estimado de los servicios ecosistémicos es de 125 trillones de dólares al año (valor de 2011). La utilidad de este enfoque economista, aunque no exento de críticas, radica en aumentar la conciencia de nuestra sociedad acerca del valor económico de conservar la naturaleza. Esto podría contribuir a crear paisajes multifuncionales que integren objetivos y estrategias de conservación junto con otras centradas en la producción – ya que la conservación no se vería como un “freno” al desarrollo.
Bajo este marco, los gobiernos verían la creación de territorios multifuncionales como una gran oportunidad económica, social y ambiental para con sus programas. Una estrategia de conservación más realista e integral, combinada con estrategias tradicionales de conservación (áreas protegidas), ayudaría a crear sistemas socio-ecológicos más sostenibles y resilientes, mejorando así nuestro bienestar social a medio-largo plazo.
Julen González Redín
PhD en Desarrollo Sostenible
NAIDER