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A montar el Belén

08_01_2010Paseando por la plaza de un pequeño pueblo de la provincia de Brindisi, en el Sur de Italia, me he encontrado con esta curiosa imagen a la que no he podido resistirme en sacar una foto. El ayuntamiento del pueblo, como es costumbre en muchas ciudades italianas durante el periodo de Navidad, ha querido adornar una de sus plazas con un belén, con su correspondiente pesebre, pastorcillos, casitas y reyes magos a lomos de sus camellos.
Como se puede apreciar en la foto, el belén en sí mismo no tiene nada de excepcional y, sin querer ofender a nadie, tampoco parece ser una de las obras de arte que los maestros artesanos de la región realizan con la famosa «cartapesta«.
Sin embargo, y eso es lo que me ha llamado mucho la atención, ha sido necesario proteger su seguridad con un buen candado cuyas dimensiones ¡son casi mayores de la figura de San José! Y nótese que la foto está sacada de día y el belén está situado en la plaza de una de las calles más frecuentadas del pueblo.
Si no fuese tan patética, esta imagen sería incluso divertida, y no niego que mi primera reacción ha sido la de sonreír ante ese absurdo y primitivo sistema de seguridad. Más tarde, el desconcierto se ha apoderado de mí. Especialmente cuando, regresando a casa ese mismo día, he escuchado en el telediario local que en el belén de la Iglesia de San Carlo Borromeo de Bari, la capital de la región Puglia, en lugar del Niño Jesus había un cartel escrito por el párroco que decía «se ruega restituir el Niño Jesus a su sitio».
Siempre en Bari, en el mismo periodo han desaparecido las estatuas de la Virgen y de San José en la Iglesia de San Francisco, estatuas realizadas por artesanos de la zona. Mientras que en la ciudad de Lecce, a 150 km al sur de Bari, ha aparecido un Niño Jesús en un banco junto a la estación ferroviaria local, robado quien sabe dónde. ¡Es la primera vez en mi vida que he visto cumplirse el famoso refrán de mi tierra «vete a robar a la iglesia»!
El hecho es que en tiempos de crisis ni siquiera el niño Jesús puede sentirse seguro. Aunque, bien mirado, tampoco es una cuestión de crisis. Ojalá se tratara de un tema puramente económico. En este caso sería algo temporal o quizá cíclico y en todo caso provocado por la necesidad. Me temo que la cuestión es un poco más compleja, y que tiene poco a que ver con el aumento de los precios, o con la posibilidad de ganar unos euros vendiendo figuritas de belén en el incipiente mercado negro de tales objetos, y mucho más con el (nulo) respeto hacia los bienes públicos y la conciencia ciudadana, algo que en ingles tiene un nombre difícil de pronunciar: civicness.
¿Quien no se puede permitir hoy en día, incluso en época de recesión económica, una figurita de belén? Los mercadillos y las tiendas chinas están repletos de pequeños personajes de plástico o de madera que intentan recrear la Natividad, a poco más de un euro cada uno. Aquí la cuestión parece ser otra: una actitud todavía muy difundida en algunos lugares donde se considera que algo que pertenece a todos, en estos casos a la comunidad cristiana o a los ciudadanos, no corresponde a nadie en concreto y por lo tanto se puede coger y llevar a casa o sacar provecho de ello, como si fuese propio. El interés personal antepuesto al interés colectivo. El «familismo amoral» contrapuesto al capital social.
Quizá a alguien le pueda parecer excesivo incomodar a politólogos y sociólogos como Banfield o Coleman para interpretar hechos aparentemente irrelevantes como el robo de una estatuita del Belén. Y, efectivamente, en los casos citados no existe un fuerte interés colectivo a defender o un importante interés privado en la raíz de los comportamientos «criminales». Pero es muy probable que en presencia de una mayor conciencia cívica por parte de la población local ciertos comportamientos serían objeto de un fuerte ostracismo social en vez de ser minimizados como actos irreverentes, cuando no incluso aplaudidos, como a menudo ocurre.
Cambiar esa mentalidad no es algo sencillo ni posible de conseguir en el breve plazo. Requiere una inversión muy importante por parte de todos, principalmente de las instituciones sociales y políticas que tienen que enseñar que el respeto de las reglas comunes y de los bienes públicos y la participación colectiva en el desarrollo de la sociedad acarrea, a largo plazo, beneficios personales ampliamente superiores a las ventajas derivadas de actitudes individualistas. Poner un candado es una medida inmediata, sencilla y económica, pero totalmente ineficaz a la hora de prevenir comportamientos semejantes. Crear y difundir una conciencia ciudadana, defender el capital social, penalizar ciertas actitudes individualistas y premiar comportamientos socialmente responsables son las únicas verdaderas intervenciones que pueden garantizar la seguridad de nuestros bienes comunes, incluyendo los belenes. No sirven otros milagros!

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Alessandra Abbruzzese

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